Todo este tiempo ella ha estado allí, tan cerca, esperando su momento. Como pude haber estado antes allí y no ver lo que albergaba. Como cambian tanto las cosas cuando es el momento oportuno, la compañía adecuada, la actitud correcta y el guía perfecto.

Y así fue, poco mas de una semana en una cuidad maravillosa, con sus baldosas coloridas, sus paredes encantadoramente sucias, su río brindando unas vistas de ensueño y unos rincones que te endulzan el corazón.

Todo empezó con una ida en coche, con un piloto de confianza a unas velocidades que pondrían nerviosos a los recatados, menos mal que no habían de esos a bordo. Música variada, juegos de viaje adivinando famosos para ejercitar la mente y así el viaje se hace mas corto. Perder de vista el Movil. Llegada triunfal en un puente majestuoso escuchando The Police, dejar el coche en bajada, dormir poco pero satisfecha, llevar vestido y sandalias para empujar al nuevo amigo de 4 ruedas; parada técnica en Mc Donald’s para descubrir que en Portugal todavía fabrican los descatalogados pasteles de manzana. Reencontrarme con el metro y sus limitadas estaciones, que me recordaron al de Alemania por su diseño pero con un confort, variedad y mugre particular. Presentación oficial del fado mas que satisfactoria y una cena de lujo en casa de Lenny, elaborada con 4 tonterías por un chef modesto y perfeccionista. Zumos atómicos de 3 clases diferentes de concentrados, con cantidades de azúcar no aptas para cobardes. Un poco de vodka para jugar “Yo nunca”, una escena de celos fuera de lugar, y un fin de fiestas jugando a las cartas aprendiendo Krapö.

Desayuno en la cama como una princesa y vuelta a casa para kedarnos tirados sin poder entrar. Pausa de gustativa de dulce y la combinación perfecta del pan con carne de un exquisito Prego; vuelta a esperar bajo la lluvia tocando el timbre mientras 3 personas en casa no se dan por aludidas.

Continuara…